Comentario
Al contrario que Polonia o Turquía, el siglo XVII es el del nacimiento de Rusia como una potencia europea, reconocida como tal por las demás y capaz de enfrentarse a ellas en el terreno militar. Es el siglo de la expansión territorial en Europa y del avance por Siberia. El impulso mayor vendrá a fines de siglo con Pedro I el Grande, pero ya desde el establecimiento de los Romanov, una vez superadas las turbulencias internas, se había iniciado una firme trayectoria. Durante el período 1613-1682 los tres primeros zares Romanov empezaron la reconstrucción de Rusia y la restauración de los hábitos e instituciones, por encima de las intrigas de las familias boyardas, agotadas tras la época "de las perturbaciones", que habían provocado la intromisión de países extranjeros en las cuestiones internas. La situación interior fue lo suficientemente sólida como para poder reanudar una política conquistadora.
La ayuda prestada a Polonia frente a la invasión sueca y la sublevación de los cosacos del Dniéper le permitieron obtener por el Tratado de Andrusovo de 1667 la Ucrania oriental, con Kiev y Smolensk, cuya posesión le discutirá en los decenios siguientes el Imperio otomano. Sólo en 1681 el sultán reconoció el dominio ruso sobre la orilla izquierda del Dniéper, región que inmediatamente fue colonizada con numerosos inmigrantes y dotada de una administración dependiente de Moscú. El siguiente enfrentamiento con la Sublime Puerta ocurrió con motivo de la constitución de la Liga Santa, a la que Rusia se unió en 1686. Las campañas de Crimea (1687-1689) resultaron un fracaso y provocaron la caída de la regente Sofia. Sin embargo, la campaña del mar de Azov (1697-1699), llevada a cabo por Pedro I, se saldó favorablemente y la región le fue cedida en el Tratado de Karlowitz (1699). Así conseguía el Imperio ruso por primera vez una salida al Mar Negro y aseguraba la frontera sur ante los tártaros.
Las grandes conquistas de Pedro I habrían de llegar con el nuevo siglo. Su participación en la Gran Guerra del Norte (1700-1721) junto a daneses y polacos contra Suecia, le habrían de deparar definitivamente la tan anhelada salida al Báltico. La paz de Nystadt de 1721 ratificó su dominio sobre las regiones conquistadas, Ingria, parte de Carelia, Estonia y Livonia, es decir, la porción de costa existente entre el río Dvina y Finlandia. La posesión de ciudades como Riga, Reval o Viborg consolidaron su hegemonía en el Báltico oriental, facilitada por el hundimiento de Suecia tras el fracaso de las campañas de Carlos XII. La fundación de San Petersburgo en 1703, a orillas del río Neva, manifestó claramente la intención de Pedro I de convertir a Rusia en un país plenamente europeo, con una ventana abierta a Occidente, símbolo de la nueva Rusia que se abría a las ideas que llegaban con el naciente siglo.
Todos estos contundentes éxitos no hubieran sido posibles sin la reforma del ejército ruso. Mal equipado y mal adiestrado, la necesidad de su reforma se hizo evidente en la campaña de Azov. Pedro I contrató a oficiales alemanes, polacos e ingleses para la enseñanza de las tropas. Se crearon academias militares, y se obligó a la nobleza terrateniente a prestar servicio militar obligatorio y a los campesinos a dar al ejército los hijos no necesarios para las prestaciones agrícolas. El equipamiento también fue renovado a base de armas de fuego de diferentes calibres, que en un principio se compraban en el extranjero y más tarde produjo la propia industria. Ya en 1632 el holandés Vinius creó la primera gran manufactura de armas de fuego, y se realizaron prospecciones por todo el territorio para descubrir yacimientos de los minerales necesarios. A comienzos del siglo XVIII, Rusia contaba con un ejército respetable y bien entrenado, capaz de defender, e incluso ampliar, tan extensas fronteras.